viernes, 25 de mayo de 2012

Pensando en voz alta

Para Amaya, que sigue estando aquí 

Mucho ajetreo y efervescencia en las dichosas "redes sociales" y en los medios de comunicación estos días. A ratos uno se satura y desearía renunciar a la condición de ciudadano, o al menos a calificar como un ciudadano involucrado en la dinámica de su comunidad. A ratos, también, uno encuentra provocaciones atractivas para sumarse a la vorágine de opiniones. Esta semana, tras acumular en la intimidad un sinfín de reflexiones, me sumo a ese cúmulo de reacciones y decido pensar un rato en voz alta. Lo hago animado por la convicción de que, si bien soy un sujeto autónomo cuyo andar por la vida transcurre como si fuese un ente individual, soy parte de un colectivo que se construye con los otros. Lo hago también —lo admito desde ahora— porque la "desaparición" imprevista de mi credencial de elector me impedirá cumplir el 1 de julio con mi deber de acudir a las urnas a hacer lo que me venga en gana con la boleta electoral a la que tendría derecho.

Decido pensar en voz alta porque estoy convencido de que poner nuestra palabras en diálogo es construir y eso me parece un deber moral, sobre todo en un entorno dominado por los diálogos de sordos o monólogos disfrazados de diálogo en que unos y otros tienden a asumirse como poseedores de verdades absolutas. No son pocos los que exigen o aseguran asumir una actitud democrática cuando sólo están dispuestos a reafirmar sus posiciones, cuando el diálogo auténtico implica estar dispuestos a poner nuestras verdades en duda, conscientes de que esa apertura podrá derivar en reforzar nuestras convicciones pero también en transformarlas. (Sobre esta falsa actitud de disposición al diálogo escribía aquí mismo hace un par de meses.)

Reconozco que me animo a pensar en voz alta motivado en cierta medida por las movilizaciones de jóvenes en los últimos días. No estoy seguro de compartir todas sus inquietudes pero me identifico al menos con varias de las que declaran como sustantivas. Sin imaginar lo que vendría después, el viernes 11 de mayo seguí a través de la transmisión en línea la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana. Hice incluso notas sobre algunas de sus intervenciones, con la idea de analizarlas un poco aquí, pero postergué mis intenciones esperando un mejor momento que nunca llegó. Insisto: nunca imaginé que lo sucedido aquel día tendría repercusiones del nivel que hoy todos conocemos. 

Me atrevo a pensar el voz alta porque me inquieta observar a quienes hoy aspiran a gobernar mi País. Intentando dejar de lado la cuestión de las personalidades de cada uno, me inquieta aún más pensar en los partidos que postulan a estos aspirantes y lo que esos partidos representan. Pienso en la decisión de millones de jóvenes que por primera vez tienen la oportunidad de participar en la elección de su Presidente y me indigna que esas sean las opciones que podemos ofrecerles. Un pri que gobernó por décadas basado en prácticas corruptas, de espalda a la sociedad, alimentando la ambición de unos cuantos con absoluto cinismo, y que hoy se presenta con banalidad como un partido renovado que nos salvará de las tragedias que se gestaron bajo su sombra. Un pan que tras la euforia inicial desatada por la alternancia, ha renunciado en los hechos a los ideales que le dieron origen; partido, éste, que en la entidad donde vivo va en alianza con el que fundó la líder del sindicado de maestros, mientras en sus spots la candidata presidencial la acusa de pactar con el contrario. Un prd que ante la urgencia de crecer en rincones dominados por los oponentes, ha incorporado a sus filas a personajes de triste memoria, llegando al extremo de postular para el senado a quien como secretario de gobernación en 1988 declarara la caída del sistema en perjuicio de las izquierdas de entonces. Y un panal que... bueno, un panal. [Todas las mayúsculas que hagan falta y que en justicia gramatical correspondían en este párrafo, fueron omitidas intencionalmente.] 

Volviendo a mi intención de pensar en voz alta...

Lo que sucede hoy entre muchos jóvenes (y no tan jóvenes), en las calles y en medios sociales digitales, me interesa desde dos ángulos que propongo como interrogantes: ¿Qué nos dice este llamado "despertar" de los jóvenes mexicanos acerca de nuestro presente? ¿Puede un movimiento como éste aportar algo realmente trascendente a nuestra sociedad?


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Hace exactamente un año me encontraba en Barcelona. Habían pasado solo unos días desde que miles de jóvenes españoles decidieran ocupar las plazas más representativas de sus ciudades. El domingo 22 de mayo de 2011 me dediqué a recorre la acampada de la Plaça Catalunya y publiqué aquí una crónica personal de aquella jornada. Recupero algo de lo que escribí entonces:
No es casual que los manifestaciones en las plazas de España hayan encontrado en el adjetivo de "indignados" su común denominador. La indignación ha sido siempre el motor de la resistencia, como señala Hessel en su alegato en contra de la indiferencia [...].
La indignación en el origen. Y no debería sonar extraño que la indignación es parte de la condición del ser joven. Desde que somos adolescentes, el mundo en que hemos crecido es sometido a un duro juicio: cuestionar lo establecido en esos momentos se vuelve parte de nuestra naturaleza. En octubre de 2011, National Geographic dedicó su artículo de portada a los cerebros adolescentes con un revelador subtítulo: "neurobiología de la rebeldía". La publicación afirma que la adolescencia es mucho más que un producto de la cultura, sino que tiene firmes bases biológicas.

Cultura o genética, lo cierto es que la inconformidad con el entorno es nota distintiva de quienes recién ingresan a la condición oficial de ciudadanos. Y cierto es también que en la escena política de México esa condición no había tenido a fechas recientes manifestaciones colectivas que nos lo recordaran. Quizá por ello los acontecimientos de estos días han suscitado entusiasmo en tantos de nosotros.

Si la juventud se asocia con rebeldía es porque también está caracterizada por los sueños, las aspiraciones. La indignación y la inconformidad surgen cuando lo que anhelamos no corresponde con la realidad que percibimos. Y si nuestra situación genética es favorable para desencadenar los mecanismos y procesos de adaptación necesarios, las condiciones están dadas.

A menudo asociamos juventud con inmadurez, pero por paradójico que suene me parece que es posible hablar de una juventud madura: una juventud que con todas las limitaciones y condicionantes que pueda imponer su fragilidad y su inexperiencia, se asume con consciencia de sí y de los demás, y actúa en consecuencia. Esa fue mi impresión cuando escuché a los jóvenes de la acampada de Barcelona: podían estar equivocados o no, podía uno compartir o no sus convicciones ideológicas, pero sus acciones se sustentaban en procesos de racionalidad crítica impecables.

Aprovechando las ventajas comunicativas que la tecnología pone hoy al alcance de nuestra sociedad, hoy tenemos oportunidad de escuchar a ese colectivo "juventud". No todos, naturalmente, se expresarán con la misma elocuencia, no todos actuarán en un marco de respeto definido en los mismos términos que las generaciones que les hemos precedido, pero ni una ni otra cosa son suficientes para descalificar su discurso.

¿Estamos ante un despertar? Quizá. Me gusta pensar que sí. Pero todos sabemos que despertar no es suficiente. Cuando recién abrimos los ojos y nos levantamos, las cosas se ven de un modo que puede traicionarnos con facilidad. Una vez despiertos, corresponde asumir con nosotros mismos el compromiso que ese ser y estar en el mundo nos exige.

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Y ahora, ¿qué? Demandar de los medios ciertas conductas, basados en nuestros anhelos e ideales, muy bien. Pero, ¿para qué? Formula la pregunta en los mismos términos en que suelo cuestionar el papel de las escuelas y de todo el sistema educativo —en el cual participo profesionalmente desde hace más de una década—. ¿Educación? Sí, muy bien, pero ¿para qué? ¿Qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Qué nos mueve, qué nos orienta? ¿Podemos responder esto sin acudir a clichés o ideales vacíos o cuando mucho coyunturales?

Exigir democracia. Excelente. ¿Y para qué? ¿Tenemos claros los valores que orientan nuestra indignación? ¿O se trata solo de caprichos inmediatos?

Seguir despierto exige también dar continuidad a la lógica que nos ha puesto en vigilia. Y ahí las cosas se ponen difíciles. El movimiento de estudiantes que hoy recorren las calles en México, como el movimiento de los indignados españoles o el de los árabes que ha ido alcanzando la democratización en sus tierras, han surgido siguiendo una lógica muy distinta a las de las primaveras que vieron movilizarse a los jóvenes en el siglo XX.

Hoy la lógica de la electricidad materializada en las redes sociales provoca que los movimientos de esta naturaleza sean más horizontales, en la lógica de red los liderazgos se diluyen. Eso da una particular legitimidad a las expresiones pero la vez que complica su análisis. Esta ausencia de una cabeza fue una de las peculiaridades del movimiento 15-M en España. Para muchos de nosotros, acostumbrados a esperar identificar un rostro al frente —o detrás— de una movilización, puede parecer extraño o incluso imposible, pero los hechos parecen mostrar que sucede.

En México no habíamos vivido algo semejante. Por momentos, algunos creímos hace un año que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad sería nuestro primer ejemplo. Hoy, sin embargo, es mejor conocido como el Movimiento de Javier Sicilia, lo cual ya nos dice algo al respecto. Es natural: se trata de un movimiento que opera con la lógica del siglo pasado y, como tal, pese al respaldo de muchos, ha tenido difícil que la juventud se vuelque a las calles para hacerlo suyo.

En mayo de 2011, a propósito de la Marcha Nacional convocada por ese movimiento, escribí en este mismo blog:

[...] me parece muy atrevido que un movimiento, por más que tenga un origen ciudadano, se pronuncie en nombre de la ciudadanía, como si ésta fuese una entidad concreta, con un rostro y una visión uniforme de la realidad. Hablar en nombre de la ciudadanía suena bien, pero no es poca cosa. El discurso de Sicilia tiene, no lo dudo, mucho de verdad. Al menos de una cierta verdad. Sin embargo, asumirlo como el llamado de la ciudadanía implica dejar fuera de ese conjunto a todo aquel que no se identifica con su contenido. [...] Insistir en que existe una “voz de la ciudadanía”, entendida como un discurso uniforme o un llamado surgido del consenso absoluto de los mexicanos, me parece no solo ingenuo, sino peligroso.
Hoy estamos ante un riesgo semejante, aunque reconozco y agradezco que los alumnos de la Iberoamericana que han tenido oportunidad de salir a los medios, han sabido pintar su raya intentando dejar claro que ellos no hablan por todos los jóvenes de México, ni siquiera a nombre de quienes simpatizan con sus ideas. 


El riesgo está latente. En su momento el movimiento de Sicilia dividió a muchos ciudadanos, pues su discurso se empezó a compartir en términos de "conmigo o contra mí", de modo que quien no estuviese de acuerdo con sus exigencias terminaba siendo visto por muchos como un "mal ciudadano". Del mismo modo, ¿qué pasa hoy con los jóvenes que, de manera legítima y racional, decidan votar y actuar en favor del candidato que provocó estas movilizaciones?

¿Qué traerá consigo este movimiento de estudiantes? Difícil de anticipar. Si bien en los países árabes el contexto favorecía que las manifestaciones condujeran a derrocar a gobiernos considerados antidemocráticos,  en España la indignación terminó ayudando indirectamente a que el Partido Popular —que nada tiene en común con los ideales de los indignados— regresara al poder.

¿Está en la naturaleza de estos movimientos ser coyunturales? Si su función es simplemente sacudir instituciones o proyectos delimitados, se entiende que a veces deriven en la caída de estos y otras en su fortalecimiento. ¿Será posible que uno de estos movimientos termine por gestar las bases de una civilización distinta? ¿Habrá posibilidad de que la lógica red genere una nueva racionalidad y deje de ser simplemente una lógica transitoria que termina regresándonos a la linealidad vertical y unidireccional? Me gusta pensar que sí.

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P.S. Amaya, sigues estando aquí. Y mientras observo las imágenes de los estudiantes en las calles, te veo marchando con ellos. Y aunque extraño leer lo que sin duda tienes para decirnos de lo que piensas de todos esto, echo un vistazo a lo que nos dejaste y me atrevo a decir que sé lo que piensas. Sigues aquí, pero nos haces falta, ni cómo negarlo.